Ese que está ahí soy yo.
Todos soy yo. He cambiado algo. Cuando me miro cada día al espejo parece que no, pero sí. La vida cambia. Es puro cambio. A veces pequeños, a veces cambios grandes (luego te cuento uno de estos cambios grandes en mi vida).
La docencia también cambia (ahora te cuento por qué te digo eso)
Algunas personas después de acceder a los coles (con plaza o interino) se olvidan de la formación y se centran en el agobio del día a día y de la administración. Muy bien. Nada en contra, ellas verán.
Otras, en cambio, saben de la importancia de la formación permanente. No es por gusto, que pudiera ser, sino porque las cosas cambian. Y los cambios, salvo muy raras circunstancias, no se dan de la noche a la mañana.
Esto es importante saberlo por que uno pudiera ir quedándose obsoleto sin darse cuenta a la velocidad de una tortuga, poco a poco, paso a paso. Y al final la tortuga termina ganando la carrera (luego te cuento lo que me pasó).
Lo mismo a ti te da igual. Lo mismo, no. No lo sé.
A mucha gente no le da igual, pero no se dan cuenta.
Bien.
Antes de seguir, te debo contar que no puedo venir aquí diciendo que mi misión/visión en la vida es cambiar el mundo, a la especie humana, que tengo los mejores valores del universo y que tengo 10 vidas de conocimiento acumulados gracias a las reencarnaciones y que te ayudarán a ser el mejor maestro del mundo mundial.
No puedo.
No lo veo serio.
Soy formador (en varias etapas educativas) y me dedico a formar tanto offline como online para que la gente aplique y se ilusione.
A la formación online me dedico antes de la pandemia. Mucho antes. Años antes. Una década antes, para ser preciso.
Ese es mi trabajo.
¿Suficiente? ¿Insuficiente?
Ni idea. Depende de lo que busques.
¿Por qué te cuento esto?
Mira.
Pasé por una etapa mala. Aburrida. Apática.
Me sentía más monitor y entretenedor de niños (incluso entrenador) que educador, que docente, que profesional de la educación. Tantos años de estudio, no tenían ningún sentido. Lo que yo hacía lo podía hacer mi vecino de enfrente, el de la derecha y el de la izquieda. Cualquiera podía hacerlo.
Lo mismo a ti estas cosas ni te han pasado ni te pasarán. Eso, no lo sé.
Esa etapa vino a los pocos años después de aprobar las oposiciones. Los primeros años tiré de recursos, pero se agotaron sin darme cuenta y repetía y repetía y repetía… hasta que terminé cansándome. Parecía que iba al colegio con un saco de cemento a las espaldas.
A ver, nunca me había pasado eso.
Ni incluso en mi etapa de estudiante.
Fíjate que, cuando estudiaba en Granada, siempre que me enteraba de un congreso en cualquier parte de España, cogíamos (siempre convencía a alguien) el autobús, la mochila, los bocadillos y el albergue y allá que íbamos.
La verdad es que el congreso era lo de menos, para qué te voy a engañar, pero era la excusa para viajar, para conocer una ciudad, una nueva zona donde tomar cerveza y, bueno, conocer alguna chica nueva. Ya sabes.
Bien.
La época de estudiante terminó.
La época mala en la docencia, en la que iba con un saco de cemento a las espaldas, también. La verdad es que no me acuerdo mucho de aquella etapa, salvo que repetía y que repetía y repetía siempre lo mismo. De eso sí me acuerdo, del resto, no.
Esta mala etapa en la docencia cobra mucha más importancia desde que hubo un cambio grande en mi vida.
¿Cuál fue ese gran cambio?
Que tengo una niña pequeña.
Tan pequeña que aún le están saliendo los dientes de leche y el reloj se para y la vida se acelera cuando la cojo en mis brazos para dormirla.
También le cuento un montón de buenas historias.
Al minuto de nacer se la pusieron a su madre sobre el pecho, y justo ahí me acerqué para susurrarle lo orgulloso que estaba de ella y de su mamá. Quizás esas palabras nunca salieron de mi boca, quizás porque salieron de tan hondo que cuando llegaron a la superficie fueron (casi) inaudible.
También le conté cuando me iba con la mochila y los bocadillos por cualquier parte porque tenía una aventura que vivir en cada puerto.
Las historias se las cuento en cualquier lugar. A veces utilizo un idioma raro, pero ella me entiende. Lo sé porque me responde y se ríe.
Alguna gente me mira raro pero a mí eso me da igual. No me importa lo más mínimo.
Tener una sonrisa de mi pequeña frente a frente me hace inmortal.
Pero hay algo que sí me importa.
Me importa y me preocupa. Ambas cosas.
¿El qué?
El recuerdo de mi época docente. Esa época de la que lo único que recuerdo es que repetía como un papagayo por inercia, y miro a mi pequeña dormida al lado y me da pavor.
Pavor de que pasen los días sin enterarme.
A ver. La vida pasa, el tiempo pasa, eso no me da miedo. La vida es así. Y está bien que sea así.
Mi pequeña crecerá, yo creceré, tú crecerás, todos creceremos…
La angustia es que el tiempo pase sin ton ni son.
Que ocurra lo mismo que aquellos años de docencia donde parece que me quedé dormido.
Y que eso ocurra con mi pequeña.
Y que despierte de golpe.
Con la vida pasada.
Sin tiempo para lamentarme.
Como en esas películas futuristas donde te meten en una máquina y después de darle a un botón (o pedalear) y echar humo, apareces 25 años por delante.
Que pase de golpe y sin vivirlo. De sopetón. Yo solo quiero vivir. Nada más.
No hay una experiencia más intensa que un hijo. Ni se le parece.
Nuestra única herencia son nuestros hijos.
Bueno, y en parte, nuestro alumnado.
Y acabo
Dicen que en esta parte además de hablar de ti tienes que hablar de lo que haces por la persona que se pase por aquí.
Entonces.
Tengo que contarte aquí que por aquí vas a estar en vanguardia. Que un buen trabajo docente, uno bueno de verdad, cambia la vida de cualquier personas y, sobre todo, de muchas personas.
También tengo que contarte que nadie puede vivir del aire.
Creo que los maestros, profesores, docentes, formadores… tampoco.
Al menos, eso creo. Muchos creen que no, que como dan clases en la pública (yo también), creen que el resto de formación es gratis. Sin embargo, al final de mes les llega el sueldo.
Algunos se ofenden si les dice que a ellos les pagan los padres con sus impuestos. Y que los cursos que se hacen en el CEP también son pagados con los impuestos de los padres de los alumnos a los que das clase.
Bueno.
Algunas personas se ofenden muy pronto por casi todo. Es así.
A los alumnos también les pasa.
¿Todo bien?
Te lo resumo:
Soy docente, formador, profesor, maestro. Me han llamado de todo eso y más. Todas me hacen sentir bien.
Otras cosas no tanto.
Tengo sueños y pesadillas.
Me gusta la playa sin calor, abrazar a Alicia y que mi pequeña me llame y yo le responda. Es algo más o menos así de sofisticado: ”aaaaaaaaaa”, yo la miro con la sonrisa puesta y la baba caída antes de responderle: “queeeeeeeeep”.
Suficiente.
Suficiente para vivir.
Por que eso es lo que me gusta.
Vivir. Sin más.
Si además de vivir, te gusta aprender sobre docencia para que tus clases no se conviertan nunca en rutina deberías suscribirte. Es gratis.
Con las personas que se suscriben me comunico por mail. Y les cuento cositas al oido. Susurradas a golpe de acariciar el teclado para acariciar el intelecto.
Si no te gustan mis caricias, pues te das de baja, que también es gratis.
Y sigues viviendo. Y sigo viviendo. Y seguimos viviendo.
Mando emails casi TODOS LOS DÍAS sobre educación física, anécdotas, reflexiones, noticias, recursos de los que se aprende mucho. No te apuntes si eso es un problema para ti.
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